En un trabajo como el mío hay dos opciones; o aprendes a vivir cada segundo de tu vida al máximo o concluyes que nada vale la pena, porque al final todos terminamos igual, muertos. Trabajar con la muerte es algo extraño y que jamás pensé hacer, pero nuevamente me estoy demostrando a mí misma que los miedos están en la mente y que somos nosotros mismos quienes podemos hacerlos desaparecer.
Si, acá estoy, rodeada de muertos, ataúdes y personas llorando y lamentando la pérdida de su ser querido, vaya uno a saber si en vida le hicieron saber que lo querían.